Llegó buscando algo con lo que alimentar a sus larvas y me contó que su madre fue testigo y víctima de la crueldad y la sin razón humana.
Su nombre era Llama y nació en lo profundo de una grieta, en el tejado de la casa de Doña Clarita. Generación tras generación habían compartido hogar y salvo algún pequeño accidente siempre se respetaron mutuamente.
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Los antepasados de Llama, conocieron a los padres de Doña Clarita y siempre estuvieron muy agradecidos con la familia por construir aquel precioso caserío, lleno de rincones secretos donde lo suyos encontraron cobijo y pudieron salir adelante durante décadas.
Pero algo estaba cambiando y ya no se oían las risas, ni las voces de los hijos y nietos de Doña Clarita. En su lugar se oían llantos y lamentos de la mujer, que a Llama le dolían como propios.
"Inmaculada de la avispa" (David Torrent - Galería Tuset)
Llama ya no tenía duda de que algo no iba bien y sabía que si las cosas se ponían mal para Doña Clarita, también se pondrían mal para ella y para sus descendientes. Siempre había sido así y recordaba las historias de los más viejos cuando contaban lo mal que lo pasaron aquella época donde los pájaros de hierro lanzaban piedras de fuego sobre las casas de los humanos.
Las despensas se quedaron vacías y los ríos se tiñeron de rojo. El padre de Doña Clarita nunca regresó del bosque y las cunetas y los muros se llenaron de cuerpos llenos de plomo. Su familia tuvo que trabajar muy duro limpiando los huesos de carne, para que las plagas y el olor a muerte no llegaran a la casa de Doña Clarita.
Llama siempre fue muy valiente y defendía con fiereza la casa de Doña Clarita.
La tenía tomada con el humano que llenaba de cosas raras el buzón de la entrada y hacía que la pobre Doña Clarita tuviera que salir a vaciarlo, para después pasarse la tarde llorando al ver las manchas que ensuciaban aquellas hojas blancas.
Hada Gótica de la flor de Fae de la avispa Impresiones (Mykajelina)
Además unos primos suyos querían instalarse allí dentro y así era casi imposible. Así que cada vez que le veía acercarse a lomos del caballo de acero que escupía humo y gritaba como una chicharra, llamaba a sus hermanas para darle un buen escarmiento. Pero el malvado llevaba siempre puesta una armadura en la cabeza y nunca se quitaba la mascara invisible por la que podía ver y que al estar más dura que las cascaras de huevo de codorniz, no dejaba pasar sus aguijones.
Una mañana, mientras Llama se afanaba en construir con barro una nueva celdilla para que naciera en ella una de sus hijas, escuchó un grito y los llantos de Doña Clarita.
San Pedro Mezquital (Rodolfo Pérez)
Rauda voló hacía la ventana de la cocina, pero estaba cerrada por un muro invisible que no la dejaba entrar.
Dio la vuelta a la casa y a la puerta principal llegaron unos monstruos oscuros que tenían luciérnagas de colores en el lomo y hacían un ruido parecido al del carro de los enfermos. De sus tripas salieron humanos enfurecidos cubiertos de hierro.
Pero estos humanos no ayudaban a los ancianos, si no que les pegaban con palos y les arrastraban por el suelo. Pudo ver como los vecinos de Doña Clarita no les dejaban entrar en la casa y hasta el malvado que llenaba el buzón se puso delante de Doña Clarita para que no la sacaran de su casa, recibiendo por ello patadas y golpes.
Llama montó en cólera y junto a sus hermanas saltó sobre los demonios grises, mordiéndoles y picándoles.
Juntos, hombres, mujeress y bestias lucharon con todas sus fuerzas contra los tiranos hasta la extenuación. Rodeados por una masa de justicia y dignidad, los grises huyeron con sus monstruos luminosos sin conseguir el cruel propósito de arrebatarle la casa a Doña Clarita.
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Cuando llegó la calma todos se marcharon del lugar, pero en el suelo de la entrada quedó tirado el cuerpo de Llama, que murió defendiendo el hogar y la dignidad de la anciana. Cuando Doña Clarita salió a barrer la entrada y por alguna razón que sus hermanas nunca entendieron, se arrodilló, tomó entre sus arrugadas manos el cuerpo sin vida de Llama y llorando lo observó durante unos minutos. Tal vez reconoció sus bellos colores, esos que le dieron nombre o tal vez recordó las veces que ayudó a Llama a salir de la alcoba tras quedarse atrapada entre las cortinas.
Tal vez el ser humano se encuentra consigo mismo en momentos tan duros como ese y comprende que cada ser vivo tiene un sitio en este mundo.
Doña Clarita llevó a Llama al patio de atrás, la envolvió en un pétalo de Rosa y la enterró en la maceta en la que tantas veces la vió posarse para hacer barro y construir el milagro de la vida.
"La niña y la avispa" (Rosa Mª Estévez)
Esta mañana vino a mi casa una de las hijas de Llama y me lo contó todo, mientras comía de mi mano.
Fotos "Cholo Moratalla"